Cuando atravesamos una época de crisis, sea de la índole que sea. Puede ser afectiva, económica o quizá un punto de inflexión que surge de la propia evolución personal; solemos comportarnos de manera parecida a como lo hacemos en un día lluvioso y gris. Nos levantamos, miramos a través de la ventana y al contemplar la luz tenue del ambiente y las gotas de agua que salpican los cristales, sentimos que nuestro ánimo ha bajado de intensidad y tal vez nuestras energías también. Es como si esas mismas energías se replegaran al interior, donde se originaron en el descanso nocturno Las actividades que teníamos programadas, se nos hacen excesivas y poco atractivas, vemos montañas donde antes veíamos llanura y si nos es posible, cancelamos todo lo que no sea imprescindible. En definitiva, nos apetece más quedarnos en casa que salir a la calle a que relacionarnos con la gente. Y es que somos conscientes de la influencia que ejerce en nosotros la climatología y sus variantes; Luz, temperatura...
La salud y la enfermedad, están separadas por una linea muy delgada que, hay que procurar no traspasar. Nuestro cuerpo necesita estar en sintonía con la mente. Eso se consigue cuando nuestra vida, transcurre en un entorno de armonía y equilibrio . . .